1 de abril de 2007

El fabricante de conflictos

Por Carlos Alberto Montaner
El País, Montevideo

El presidente Rafael Correa quiere arreglar a Ecuador. Estupendo. Para esa tarea lo eligieron. Y hace bien, porque en su país hay muchas cosas que funcionan torpemente. La más hiriente, claro, es la desconcertante miseria que afecta a la mitad de la población, pese a las incontables riquezas naturales que alberga el territorio. Pero ese fenómeno parece ser la consecuencia y no la causa de otros males profundos. El sector público, en general, es terriblemente ineficiente. La justicia es un caos. El Parlamento es un desastre. Los índices de corrupción son altísimos. La educación y la salud públicas son escasas y de baja calidad. En esa circunstancia nadie puede sorprenderse de que la mayoría de la población esté inconforme con este estado de cosas, o con esa cosa que tienen como Estado.

El problema es que Correa se equivoca de enemigos, de estrategia y de prioridades. Se ha enfrascado en una pelea a muerte con el Parlamento para forzar la redacción de una nueva Constitución, esa manía latinoamericana de cambiar las reglas en lugar de obedecerlas, y en la pelea ha arrastrado al poder judicial, enfrentando jueces contra jueces y jueces contra legisladores, debilitando hasta la agonía a la ya muy frágil estructura republicana que quedaba en pie. Es verdad que en esa actitud lo respalda (todavía) una clara mayoría del pueblo, pero ese dato tiene una significación limitada. La mayoría lo secunda porque cree que Correa va a solucionar los problemas del país. Cuando descubra que, realmente, los va a agravar, la frustración se hará desencanto.

Como Correa es un economista graduado en EE.UU. y en Bélgica, seguramente no ignora que el desarrollo sostenido, la prosperidad y el grado de estabilidad de las naciones dependen del volumen y la forma en que se vinculan los tres capitales que determinan el éxito o el fracaso de las sociedades: el capital tangible, el humano y el cívico. Eso se lo enseñan en la primera semana de clase.

El capital tangible está hecho con todos los factores materiales: instalaciones, tierras, maquinarias e inversiones que intervienen en la creación de bienes y servicios producidos por las empresas. Esas empresas, para que las sociedades prosperen, requieren un clima sosegado y cierta hospitalaria arquitectura legal para generar beneficios, crear empleos, pagar impuestos y crecer reinvirtiendo parte de las ganancias.

Luego, seguramente, Correa se familiarizó con la noción de capital humano. Para que el capital tangible rinda sus frutos necesita una población bien educada. Hace falta contar con una buena fuerza de trabajo y buen nivel de educación, desde el que barre hasta el que dirige la empresa. Una masa de trabajadores educados es capaz de asimi-lar las transferencias tecnológicas, innovar y crear. Las sociedades más ricas del planeta casi siempre suelen ser las que poseen el mayor capital humano. La excepción a esa regla es el mundo comunista: un gran capital humano que se dilapida por falta de libertad y de propiedad privada.

El tercer capital es el cívico: los valores que prevalecen, la ética de trabajo, la calidad de las instituciones, si existe o no una ciudadanía inclinada a cumplir la ley, la legitimidad de los poderes públicos, la forma en que se transmite y se controla la autoridad y la existencia de un clima de cordialidad cívica entre adversarios políticos. No tienen que amarse, pero deben tolerarse y aceptar las reglas de juego.

Nada de lo que está haciendo conduce en esa dirección. En lugar de resolver conflictos, se ha dedicado a crearlos, siguiendo de cerca al disparatado modelo chavista. Ha tomado el camino de la crispación, ha olvidado que el papel de los políticos no es juzgar a la prensa, sino al revés, estimulando el penoso espectáculo de turbas que se adueñan de las calles, mientras la policía impide la entrada al Congreso a parlamentarios elegidos en los mismos comicios que hicieron presidente al señor Correa.

0 Observaciones:

Text Widget

Text Widget

IP
Map IP Address