Por Domingo Fontiveros
Venezuela Analítica
El régimen busca imponerle un modo de vida al país, con más desparpajo y en más numerosos terrenos que lo demostrado hasta antes del sufragio del 3-D pasado. A ese otro modo de vida lo llaman "socialismo", usurpando una denominación que distingue a partidos políticos serios de este y otros continentes, pero sigue sin definirlo, escondiendo todavía la verdadera intención de imponer un sistema ni democrático ni plural.
Con el cuento de que la democracia y el capitalismo son la culpa de los males del país, busca convencer a la gente en favor del socialismo y el gobierno personal. La verdad es que el desarrollo que traía Venezuela en décadas pasadas, se interrumpió por falta de más democracia y de más capitalismo. Lo cual en el fondo constituye una tautología, porque el desarrollo es precisamente eso: más democracia y más capitalismo, al menos mientras se alcanzan etapas históricas superiores muy distantes en el tiempo de nuestra Venezuela actual.
De hecho, partidos y políticos tradicionales, con pocas excepciones, perdieron la confianza de la ciudadanía por falta de más democracia, mientras que empresarios y empresas no se multiplicaron por falta de más capitalismo.
Para colmo de males, la renta petrolera fue insuficiente y el sistema no pudo resolver las consecuentes dificultades financieras; la verdad es que incluso tratando de hacer lo mejor posible, la vieja dirigencia se limitó en la mayoría de los casos a poner parches en una estructura muy dañada, y a defender posiciones privilegiadas en la estratificación social. Lo que vino después es historia conocida.
El planteamiento del régimen no es de desarrollo, sino de acaparamiento por parte del Ejecutivo tanto de los poderes políticos como de los recursos económicos de la Nación. El gran acaparador es el Estado, en dimensiones inimaginables hasta hace poco. Y esta monopolización del poder y la riqueza es el verdadero planteamiento estratégico del régimen. A esto le ha querido poner la etiqueta socialista, insultando la inteligencia de los socialistas modernos y ofreciendo estímulos a los socialistas primitivos que todavía existen en el mundo, así como a gobernantes que por intereses concretos conviene que Venezuela encuentre dificultades crecientes con los EE.UU. y muchos otros miembros de la comunidad internacional en el juego geopolítico.
Aparte de ser una propuesta pre-moderna, contraria al sentido de la evolución universal, de la justicia social internacional y de los compromisos propios de un país con cierto estatuto en la comunidad internacional, como sistema de producción, distribución y crecimiento está condenado por anticipado al fracaso.
Los problemas que vienen aflorando en la coyuntura monetaria, como la inflación y el alza del dólar paralelo, son los primeros signos de las contradicciones acumuladas en lo profundo de la estructura económica, tanto por cambios progresivos en las reglas institucionales abiertamente adversos a la iniciativa privada y a la economía de mercado, como por una mezcla explosiva de políticas macroeconómicas que privilegian el desorden administrativo, el dispendio y la dependencia petrolera. De esta manera, se desechan importantes factores de producción, incluyendo el talento, la capacidad innovadora y el capital individual, se anarquiza el mercado laboral, y el aparato estatal asume compromisos que no está en capacidad de cumplir.
El país, en medio de sus conflictos internos y externos, ha vivido varios años seguidos en una luna de miel financiera que voló sobre la alfombra mágica de crecientes precios del petróleo en el mercado internacional. Pero la luna de miel está dando muestras de terminarse, porque de aquí en adelante el crecimiento bajará, los precios internos subirán más rápido, los excedentes se agotarán, la industria petrolera enfrentará dificultades crecientes para sostener o elevar producción, y las demandas sociales infladas por la retórica populista no encontrarán respuestas que sean cónsonas con una perspectiva eventual de recuperación de la inversión y de la sensatez fiscal.
Es obvio que el gobierno quiere proteger su popularidad y mantener viabilidad económica. Pero estos objetivos se presentan como crecientemente antagónicos en el marco de su planteamiento de economía política. En el plano conceptual incurre en inconsistencias gravísimas como la de rebajar las recaudaciones de IVA con fines antiinflacionarios, o agrandar los cupos de divisas para personas naturales por tarjetas de crédito y viajes con el fin de bajar las presiones en el mercado paralelo de divisas en el contexto de una oferta monetaria que supera en más de $ 20.000 millones a la demanda de dinero.
En la dimensión más política de las cuentas fiscales, los déficit de la industria petrolera no pueden ser ya más maquillados sin provocar repercusiones negativas en los mercados financieros y hasta en los traders del hidrocarburo, las disponibilidades de divisas se agotan pagando expropiaciones caprichosas de importantes intereses privados y practicando "cooperación" financiera internacional más allá de los límites de la elemental conveniencia del país. La informalidad burocrática que se creó alrededor de la noción nebulosa de las misiones ya va dejando las primeras ruinas en lo que alguna vez fueron instalaciones que levantaron el fervor popular. Y el dinero del gobierno comienza notoriamente a no alcanzar para todo.
Y es que la bonanza fiscal generada por los ingresos petroleros y no petroleros, por el frenético endeudamiento de los años recientes y el asalto al capital del ahora ex-Banco Central, no significó nunca abundancia permanente. Por el contrario, manejada con criterios esencialmente antieconómicos, en lo que respecta al cuidado de la fuente y el control de la eficiencia de los usos, la escasez real de bienes y servicios comienza a convivir con la abundancia aparente de recursos fiscales y monetarios, lo cual obligatoriamente lleva al alza generalizada de precios y al progresivo colapso de las perspectivas de crecimiento en la producción y el empleo.
Nuevamente hace falta una rectificación profunda de las políticas institucionales y cuantitativas en materia económica. Pero un régimen sin intención democrática, dominado además por una noción rudimentaria de aspiraciones socialistas, está en pobres condiciones para corregirse a sí mismo y replantear una propuesta nacional de desarrollo.
Venezuela Analítica
El régimen busca imponerle un modo de vida al país, con más desparpajo y en más numerosos terrenos que lo demostrado hasta antes del sufragio del 3-D pasado. A ese otro modo de vida lo llaman "socialismo", usurpando una denominación que distingue a partidos políticos serios de este y otros continentes, pero sigue sin definirlo, escondiendo todavía la verdadera intención de imponer un sistema ni democrático ni plural.
Con el cuento de que la democracia y el capitalismo son la culpa de los males del país, busca convencer a la gente en favor del socialismo y el gobierno personal. La verdad es que el desarrollo que traía Venezuela en décadas pasadas, se interrumpió por falta de más democracia y de más capitalismo. Lo cual en el fondo constituye una tautología, porque el desarrollo es precisamente eso: más democracia y más capitalismo, al menos mientras se alcanzan etapas históricas superiores muy distantes en el tiempo de nuestra Venezuela actual.
De hecho, partidos y políticos tradicionales, con pocas excepciones, perdieron la confianza de la ciudadanía por falta de más democracia, mientras que empresarios y empresas no se multiplicaron por falta de más capitalismo.
Para colmo de males, la renta petrolera fue insuficiente y el sistema no pudo resolver las consecuentes dificultades financieras; la verdad es que incluso tratando de hacer lo mejor posible, la vieja dirigencia se limitó en la mayoría de los casos a poner parches en una estructura muy dañada, y a defender posiciones privilegiadas en la estratificación social. Lo que vino después es historia conocida.
El planteamiento del régimen no es de desarrollo, sino de acaparamiento por parte del Ejecutivo tanto de los poderes políticos como de los recursos económicos de la Nación. El gran acaparador es el Estado, en dimensiones inimaginables hasta hace poco. Y esta monopolización del poder y la riqueza es el verdadero planteamiento estratégico del régimen. A esto le ha querido poner la etiqueta socialista, insultando la inteligencia de los socialistas modernos y ofreciendo estímulos a los socialistas primitivos que todavía existen en el mundo, así como a gobernantes que por intereses concretos conviene que Venezuela encuentre dificultades crecientes con los EE.UU. y muchos otros miembros de la comunidad internacional en el juego geopolítico.
Aparte de ser una propuesta pre-moderna, contraria al sentido de la evolución universal, de la justicia social internacional y de los compromisos propios de un país con cierto estatuto en la comunidad internacional, como sistema de producción, distribución y crecimiento está condenado por anticipado al fracaso.
Los problemas que vienen aflorando en la coyuntura monetaria, como la inflación y el alza del dólar paralelo, son los primeros signos de las contradicciones acumuladas en lo profundo de la estructura económica, tanto por cambios progresivos en las reglas institucionales abiertamente adversos a la iniciativa privada y a la economía de mercado, como por una mezcla explosiva de políticas macroeconómicas que privilegian el desorden administrativo, el dispendio y la dependencia petrolera. De esta manera, se desechan importantes factores de producción, incluyendo el talento, la capacidad innovadora y el capital individual, se anarquiza el mercado laboral, y el aparato estatal asume compromisos que no está en capacidad de cumplir.
El país, en medio de sus conflictos internos y externos, ha vivido varios años seguidos en una luna de miel financiera que voló sobre la alfombra mágica de crecientes precios del petróleo en el mercado internacional. Pero la luna de miel está dando muestras de terminarse, porque de aquí en adelante el crecimiento bajará, los precios internos subirán más rápido, los excedentes se agotarán, la industria petrolera enfrentará dificultades crecientes para sostener o elevar producción, y las demandas sociales infladas por la retórica populista no encontrarán respuestas que sean cónsonas con una perspectiva eventual de recuperación de la inversión y de la sensatez fiscal.
Es obvio que el gobierno quiere proteger su popularidad y mantener viabilidad económica. Pero estos objetivos se presentan como crecientemente antagónicos en el marco de su planteamiento de economía política. En el plano conceptual incurre en inconsistencias gravísimas como la de rebajar las recaudaciones de IVA con fines antiinflacionarios, o agrandar los cupos de divisas para personas naturales por tarjetas de crédito y viajes con el fin de bajar las presiones en el mercado paralelo de divisas en el contexto de una oferta monetaria que supera en más de $ 20.000 millones a la demanda de dinero.
En la dimensión más política de las cuentas fiscales, los déficit de la industria petrolera no pueden ser ya más maquillados sin provocar repercusiones negativas en los mercados financieros y hasta en los traders del hidrocarburo, las disponibilidades de divisas se agotan pagando expropiaciones caprichosas de importantes intereses privados y practicando "cooperación" financiera internacional más allá de los límites de la elemental conveniencia del país. La informalidad burocrática que se creó alrededor de la noción nebulosa de las misiones ya va dejando las primeras ruinas en lo que alguna vez fueron instalaciones que levantaron el fervor popular. Y el dinero del gobierno comienza notoriamente a no alcanzar para todo.
Y es que la bonanza fiscal generada por los ingresos petroleros y no petroleros, por el frenético endeudamiento de los años recientes y el asalto al capital del ahora ex-Banco Central, no significó nunca abundancia permanente. Por el contrario, manejada con criterios esencialmente antieconómicos, en lo que respecta al cuidado de la fuente y el control de la eficiencia de los usos, la escasez real de bienes y servicios comienza a convivir con la abundancia aparente de recursos fiscales y monetarios, lo cual obligatoriamente lleva al alza generalizada de precios y al progresivo colapso de las perspectivas de crecimiento en la producción y el empleo.
Nuevamente hace falta una rectificación profunda de las políticas institucionales y cuantitativas en materia económica. Pero un régimen sin intención democrática, dominado además por una noción rudimentaria de aspiraciones socialistas, está en pobres condiciones para corregirse a sí mismo y replantear una propuesta nacional de desarrollo.
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