Por Porfirio Cristaldo Ayala
ABC Digital
En 1848, Karl Marx explicaba que el comunismo podía definirse en una sola frase: abolición de la propiedad privada. La base del comunismo o socialismo científico era la propiedad estatal. Ciento sesenta años más tarde, el Partido Comunista Chino, como parte de sus reformas económicas liberales, otorgó a la propiedad privada igual legitimidad y protección que la propiedad estatal. En escasos minutos, casi 3.000 diputados aprobaron la ley. El socialismo en China, como en el resto del mundo, quedó vacío de contenido ideológico coherente.
Nadie, excepto Fidel Castro en Cuba, Kim Jon en Corea del Norte y algunos izquierdistas fanáticos del Che en Bolivia, todavía cree que el desarrollo y la prosperidad de los países se puede alcanzar nacionalizando los recursos naturales, estatizando los servicios públicos, creando nuevos impuestos y regulaciones, persiguiendo a empresarios, confiscando y repartiendo tierras a los campesinos y agrandando el clientelista y corrupto aparato estatal. El derrumbe del Muro de Berlín en 1989 mató y sepultó al socialismo.
“Muerto el Rey, viva el Rey”. En América Latina son cada vez más los socialistas. Los más moderados dicen seguir a Bachelet y Lula, y los más extremistas a Hugo Chávez, Evo Morales, Kirchner, Rafael Correa y Nicanor Duarte Frutos. En el continente, el socialismo se ha convertido en un lema popular aunque carente de contenido. En algunos países, los políticos compiten duramente por mostrarse más socialistas y radicales que sus adversarios con el fin de atraer más votos. Y a menudo lo consiguen.
¿En qué piensa la gente cuando vota a los socialistas? ¿No se han dado cuenta de que en el mundo los únicos países que han prosperado son los países capitalistas con economías mayormente libres? No hay una sola excepción, no hay un solo país que con políticas socialistas de redistribución y mal concebida “justicia social” haya logrado salir del atraso.
La historia del último cuarto de siglo es muy clara, cuanto más libres son las economías y mejor protegidos están los derechos de propiedad privada, mayor es el progreso de los países, más elevados los salarios de los trabajadores y mejor la calidad de vida de la gente. Y a la inversa, cuanto más estatistas los países y menor la libertad económica, mayor es la pobreza, la corrupción y la violencia. Las pruebas están a la vista de todos. Pero para verlo, hay que mirar más allá de América Latina, región que el estatismo hundió en el atraso.
A diferencia de lo que denuncian los socialistas y hacen creer a los electores, la liberalización y privatización de las economías redujo la pobreza en el mundo, del 44% en 1980, a menos del 19% en 2005. De la población mundial de más de 6.000 millones, 1.000 millones viven en países ricos, en tanto que 2.000 millones de pobres viven en países estatistas, como América Latina y Africa, y 3.000 millones viven en países que liberalizaron sus economías y han progresado notablemente como China, India y países del sudeste asiático.
El cambio en nuestros países vendrá de abajo para arriba, del pueblo a los gobernantes. Los votantes expulsarán del poder a los populistas cuando comprendan que son los Chávez, Morales, Nicanor los que con sus políticas estatistas y falsas promesas agravan y eternizan la pobreza. La gente debe saber que los neosocialistas cultivan el anticapitalismo, la envidia y el odio en la gente con la propaganda de que la pobreza de nuestros países se debe, no a sus malas políticas y corrupción, sino a la riqueza del Primer Mundo que nos roban y explotan.
En tanto los latinoamericanos no se percaten de las falsedades del neosocialismo y sus falsas agitaciones anticapitalistas, el continente seguirá hundido en la pobreza, la corrupción y la violencia. Es esencial hacer comprender a la gente las verdaderas causas de nuestra pobreza. Solo así comenzarán a elegir las propuestas que proponen la reforma del Estado y liberalización de la economía, y no el patriotismo y la benevolencia de políticos carismáticos.
El camino de la prosperidad pasa por una justicia independiente, la protección de los derechos de propiedad y la defensa de la libertad económica. No hay atajos.
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En 1848, Karl Marx explicaba que el comunismo podía definirse en una sola frase: abolición de la propiedad privada. La base del comunismo o socialismo científico era la propiedad estatal. Ciento sesenta años más tarde, el Partido Comunista Chino, como parte de sus reformas económicas liberales, otorgó a la propiedad privada igual legitimidad y protección que la propiedad estatal. En escasos minutos, casi 3.000 diputados aprobaron la ley. El socialismo en China, como en el resto del mundo, quedó vacío de contenido ideológico coherente.
Nadie, excepto Fidel Castro en Cuba, Kim Jon en Corea del Norte y algunos izquierdistas fanáticos del Che en Bolivia, todavía cree que el desarrollo y la prosperidad de los países se puede alcanzar nacionalizando los recursos naturales, estatizando los servicios públicos, creando nuevos impuestos y regulaciones, persiguiendo a empresarios, confiscando y repartiendo tierras a los campesinos y agrandando el clientelista y corrupto aparato estatal. El derrumbe del Muro de Berlín en 1989 mató y sepultó al socialismo.
“Muerto el Rey, viva el Rey”. En América Latina son cada vez más los socialistas. Los más moderados dicen seguir a Bachelet y Lula, y los más extremistas a Hugo Chávez, Evo Morales, Kirchner, Rafael Correa y Nicanor Duarte Frutos. En el continente, el socialismo se ha convertido en un lema popular aunque carente de contenido. En algunos países, los políticos compiten duramente por mostrarse más socialistas y radicales que sus adversarios con el fin de atraer más votos. Y a menudo lo consiguen.
¿En qué piensa la gente cuando vota a los socialistas? ¿No se han dado cuenta de que en el mundo los únicos países que han prosperado son los países capitalistas con economías mayormente libres? No hay una sola excepción, no hay un solo país que con políticas socialistas de redistribución y mal concebida “justicia social” haya logrado salir del atraso.
La historia del último cuarto de siglo es muy clara, cuanto más libres son las economías y mejor protegidos están los derechos de propiedad privada, mayor es el progreso de los países, más elevados los salarios de los trabajadores y mejor la calidad de vida de la gente. Y a la inversa, cuanto más estatistas los países y menor la libertad económica, mayor es la pobreza, la corrupción y la violencia. Las pruebas están a la vista de todos. Pero para verlo, hay que mirar más allá de América Latina, región que el estatismo hundió en el atraso.
A diferencia de lo que denuncian los socialistas y hacen creer a los electores, la liberalización y privatización de las economías redujo la pobreza en el mundo, del 44% en 1980, a menos del 19% en 2005. De la población mundial de más de 6.000 millones, 1.000 millones viven en países ricos, en tanto que 2.000 millones de pobres viven en países estatistas, como América Latina y Africa, y 3.000 millones viven en países que liberalizaron sus economías y han progresado notablemente como China, India y países del sudeste asiático.
El cambio en nuestros países vendrá de abajo para arriba, del pueblo a los gobernantes. Los votantes expulsarán del poder a los populistas cuando comprendan que son los Chávez, Morales, Nicanor los que con sus políticas estatistas y falsas promesas agravan y eternizan la pobreza. La gente debe saber que los neosocialistas cultivan el anticapitalismo, la envidia y el odio en la gente con la propaganda de que la pobreza de nuestros países se debe, no a sus malas políticas y corrupción, sino a la riqueza del Primer Mundo que nos roban y explotan.
En tanto los latinoamericanos no se percaten de las falsedades del neosocialismo y sus falsas agitaciones anticapitalistas, el continente seguirá hundido en la pobreza, la corrupción y la violencia. Es esencial hacer comprender a la gente las verdaderas causas de nuestra pobreza. Solo así comenzarán a elegir las propuestas que proponen la reforma del Estado y liberalización de la economía, y no el patriotismo y la benevolencia de políticos carismáticos.
El camino de la prosperidad pasa por una justicia independiente, la protección de los derechos de propiedad y la defensa de la libertad económica. No hay atajos.
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