Por Carlos Alberto Momtaner
El Nuevo Herald
La observación la hizo el ensayista español Fernando Díaz Villanueva: ''América Latina está reinventando el fascismo''. Es cierto. Su afirmación venía a cuento de las turbas arrojadas contra el parlamento ecuatoriano por el presidente Rafael Correa a los pocos días de haber tomado posesión. La policía no protegió el edificio legislativo y los diputados tuvieron que huir precipitadamente. El recién estrenado mandatario quiere una nueva constitución y un nuevo parlamento para poder dictar a su antojo las medidas que, según él, terminarían rápidamente con la injusticia y la pobreza en ese país sudamericano. Correa, que carece de respaldo entre los legisladores, tiene el apoyo del ochenta por ciento de la población, mientras el parlamento es la institución más desacreditada de la nación.
En realidad, no es nada infrecuente que las sociedades desprecien a los miembros que eligen al parlamento. El parlamentario es la quintaesencia del político y no hay una profesión con peor reputación sobre la tierra. Perón decía, y con razón, que ''cuando uno entra en política, lo que hace es lanzarles su honor a los perros''. Es verdad. En Inglaterra, que inventó el parlamentarismo moderno, puso límites a la autoridad irrestricta del monarca y propició la revolución de la libertad, sólo el 25% de la población posee una buena opinión de sus legisladores. Esa percepción negativa la resume mejor que cualquier encuesta una frase muy popular entre los británicos: ``a los legisladores y a los pañales de los niños hay que cambiarlos con frecuencia por las mismas razones''.
A principios del siglo XX el mundo occidental fue sacudido por la guerra de 1914. Como consecuencia de ese terrible desastre --desatado por una increíble cadena de errores de cálculo--, en el que perecieron varias decenas de millones de personas y se hundieron tres imperios --el ruso, el turco y el austrohúngaro-- las sociedades occidentales vieron emerger el fenómeno fascista. Unos líderes carismáticos, fundamentalmente Benito Mussolini --el más vistoso de ellos--, y luego Adolfo Hitler, supuestamente pondrían fin al desorden traído por las democracias liberales y la economía de mercado. Esos eran los principales enemigos, los acusados de haber provocado la Gran Guerra, a los que más tarde agregaron, lateralmente, el comunismo, pero sin olvidar que ambas fuerzas políticas provenían del mismo tronco socialista, más el antisemitismo, centenaria aberración que fue cobrando fuerza como un huracán asesino hasta convertirse en el genocidio más espantoso e injustificable que recuerda la humanidad.
Obviamente, las circunstancias latinoamericanas no se parecen a las del Occidente posterior a 1918, pero tienen algo en común: la frustración ante la pobreza pertinaz de una parte sustancial de la sociedad, el desorden y la ineficiencia del Estado, la falta de oportunidades y la corrupción generalizada. ¿Quiénes son los culpables de esta situación? Según los neopopulistas o neofascistas empeñados en impulsar el ''socialismo del siglo XXI'' --Chávez, Morales, Correa, Castro, decano de todos ellos--, la responsabilidad recae en el Estado liberal y en el diseño republicano, con su separación de poderes y su economía de mercado. Quieren demolerlo (en Cuba ya lo hicieron hace 48 años) para edificar sobre sus escombros un Estado fuerte, dirigido por un enérgico caudillo que dictará las leyes, controlará a los jueces, dirigirá la economía y con su mano de hierro pondrá orden en el caos y nos hará felices a palo y tentetieso: o sea, el fascismo.
Es una lástima que estos neopopulistas de corte fascista no se den cuenta de que las treinta naciones más prósperas de la tierra son, precisamente, estados de derecho fundamentados en la existencia de poderes separados y limitados por la ley, en los que el sistema económico se rige por el respeto a la propiedad privada y el mercado, mientras las treinta naciones más pobres y desdichadas, en cambio, son satrapías gobernadas por caudillos iluminados llenos de buenas intenciones, dispuestos a imponer la prosperidad y la justicia con el filo de la espada. Es lamentable que los neofascistas ignoren las catástrofes que provocaron sus destructivos antepasados. Repetirán la historia.
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