11 de octubre de 2007

REFLECTOR

Por : Fernando Londoño Hoyos
Si la Corte Suprema muestra el acta de la diligencia con 'Tasmania', le podríamos creer.
Apolinar Morillo subió al cadalso, en aquel lejano 1842, sosteniendo que del general Obando había recibido la orden de asesinar al Mariscal de Ayacucho y que la ejecutó a través de dos temibles guerrilleros del Patía, un tal Erazo y un tal Sarria. Aquella historia viene al caso para recordar que desde entonces nadie se atrevía a levantar contra un Presidente la acusación de asesino. Ni siquiera por hechos tan graves como los de nuestras guerras civiles, ni con ocasión de lo ocurrido en las bananeras, ni a raíz de la violencia partidista, ni por el circo de toros, ni por la masacre de los estudiantes, y hasta ahora, cuando menos hasta ahora, por los trágicos acontecimientos del Palacio de Justicia.

Pero al presidente Uribe le estaba reservado el cáliz de todas las amarguras y la moneda de todas las perfidias. Y para destituir ante el mundo su prodigiosa obra de gobierno, nada parece corto. Una diva de la televisión lo acusa, en medio de sus tristes memorias, como amigo de un hombre que no frecuentó jamás. Y un tal 'Tasmania' jura desde la cárcel que entre un magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia y miembros del CTI de la Fiscalía lo sacaron de su celda y lo llevaron al piso 21 del Palacio de Justicia en Medellín, para ofrecerle dádivas y favores a cambio de una horrenda denuncia. Consistía ella en asegurar que el Presidente de la República lo habría llamado para que asesinara a un tal 'René', que el diablo sabrá de quién se trata. Por cualquier razón que fuera, 'Tasmania' se negó al trato y develó la conjura.

¡Quién dijo miedo! En su mejor estilo tremendista, la Corte rasgó sus vestiduras, cerró filas para proteger al magistrado Velásquez y acusó al Presidente por obstrucción a la justicia, que no otra cosa puede ser el pedido de que asunto tan grueso se investigue. Acusar a un miembro del Congreso es un acto patriótico; limpiar el piso con el honor del Presidente, cuando más un retozo democrático; pero pedir que alguien averigüe si lo que dice 'Tasmania' puede ser cierto es un delito de lesa majestad.

Vamos a los hechos. 'Tasmania' salió de la cárcel conducido por guardias del Inpec; 'Tasmania' se reunió con el magistrado Velásquez y con los del CTI en el sitio por él indicado; y nadie ha podido o querido explicar qué clase de diligencia era aquella de la que no se dejaba la huella obligatoria de un Acta que la describiera, sellada y rubricada por los asistentes.

La Corte se quejará de que no puede quedar la suerte de un magistrado en manos de un preso. Estaríamos de acuerdo con ella, si no fuera ella la que puso en boga el sistema. Unos cuantos congresistas están presos por el dicho de un delincuente llamado Rafael García; otros tienen indagatoria a la vista, por lo que dice un bandido protegido por el gobierno canadiense, que llaman 'Pitirri'; y ahora graduaron como testigo de plena credibilidad a un guerrillero de las Farc que responde al nombre de Alfonso Palacio Niño.

'Tasmania' no es más ni menos que los otros de esa lista sombría. Solo que lo que dice está refrendado por hechos que le dan verosimilitud. La reunión, que sí se hizo, el concurso del CTI, que sí se prestó, la técnica del halago, harto conocida, y la mortal ausencia de acta que explique de otro modo el alcance de la diligencia, dejan pensar que no estemos solamente ante la retorcida imaginación de un maleante.

Alguien nos decía que para cada colombiano decente habrá un 'Pitirri'. A la Corte, progenitora de la criatura, le llegó el suyo. Que habrá de examinarse, antes de que otro 'Tasmania' acepte ofertas y la emprenda contra el Presidente. La cuestión no es de baja monta. Se trata, nada menos que del honor de Colombia.

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