13 de agosto de 2007

Muros

Por Carlos Mira
Economía Para Todos

En lugar de criticar a los países que tratan de impedir la entrada indiscriminada de personas a su territorio, los políticos argentinos deberían condenar a aquellas naciones y gobiernos que crean las condiciones nefastas que impulsan a sus ciudadanos a buscar otros horizontes.

En su reciente visita a México, el presidente Néstor Kirchner no perdió oportunidad de hacer unos de sus acostumbrados comentarios respecto de los Estados Unidos. Como la mayoría de las veces, perdió toda objetividad, sentido de las proporciones y la dimensión real del problema al que se refería.

El palazo que decidió dar desde el atril del Senado mexicano estuvo dirigido, esta vez, a la construcción del muro sobre la frontera que, Río Grande mediante, separa a los Estados Unidos de México.

El presidente dijo que el muro era “indigno” y, con el dedito levantado, rogó para que “con el tiempo, los que están construyendo el muro de la vergüenza entiendan que el mundo tiene que marchar por otros caminos de paz y de reconciliación”.

Independientemente de que ignoro cuáles son los pergaminos del presidente para hablar con real autoridad de “paz y reconciliación”, lo cierto es que la cita no podría ser más demagógica y fuera de lugar, dirigida al destinatario equivocado y, como de costumbre, cargada de un sesgo que, evidentemente, ha nublado una vez más su entendimiento.

La única indignidad aquí, señor presidente, es la de aquellos regímenes que generan las condiciones de miseria, pobreza e indigencia por las cuales la gente, arriesgando su vida, decide irse a buscar otro horizonte en donde tenga –al menos– la oportunidad de progresar y de imaginar un futuro mejor para sí y para su familia. La única vergüenza, señor presidente, es aquella en la que caen los gobiernos que condenan a sus ciudadanos a vivir en la incultura, la enfermedad y el hambre. Eso es lo vergonzoso e indigno, señor presidente.

Los Estados Unidos eran un país muy pobre en sus orígenes. Vastos y agrarios sólo contaban con su trabajo y el valor de la ley y de la honestidad para progresar. El mismo sol que los alumbra, alumbra también a México y a la Argentina, señor presidente. No viven en los Estados Unidos un conjunto de genios sobrehumanos que han contado con condiciones que nosotros no teníamos para progresar.

La única diferencia, señor presidente, es que ellos han organizado un país en donde la gente puede tener un futuro, puede planear el sueño de sus vidas y tornarlo realidad si trabajan duro, si se esfuerzan y si respetan la ley, tanto quienes gobiernan como quienes son gobernados.

¿Por qué cree, señor presidente, que millones de mexicanos han decidido abandonar México para radicarse en la tierra que usted tanto ataca? ¿Cree que lo hubieran hecho si en México se hubieran reproducido las condiciones de progreso que intentan buscar en los Estados Unidos? Entonces, ¿por qué criticar a quien se ha preocupado por organizar un sistema de vida en el que las personas pueden aspirar a ser eso, personas? ¿Por qué no levantó, señor presidente, el mismo dedito y usó la misma energía que utilizó para criticar a los Estados Unidos para advertir y señalar a las autoridades del país que genera las condiciones de precariedad para que sus ciudadanos se vayan?

Es muy fácil apelar a la demagogia barata y endulzar los oídos de un auditorio que tiene sus manos llenas de culpas y de víctimas concretas del robo, la corrupción y de la pretensión hegemónica de controlarlo todo.

Si nos enojamos porque los Estados Unidos construyen un muro para tratar de defenderse de una invasión demográfica que se produce porque el sistema norteamericano de progreso humano la atrae, ¿por qué no reproducimos ese sistema en nuestros países, así nuestra gente no tendría que ir a buscar lo que le gusta a otro lugar? ¿Quién dejaría su propia tierra si encontrara en ella un horizonte de futuro que lo entusiasme?

Mientras tanto, otros sistemas han construido –y construyen aún– otros muros, pretendiendo encarcelar a la gente, evitando que huya (no evitando que entre) y reduciéndola a una servidumbre mental hasta convertirla en lacayos de una casta de jerarcas privilegiados que se ocultan tras las obscenidades del poder. Pero esos muros y esos sistemas no reciben de usted, señor presidente, la misma crítica ni la misma condena. Ha preferido, en cambio, condenar al que se preocupó por ordenar la sociedad de tal manera que todos tengan la posibilidad de vivir mejor, en lugar en lugar de culpar a quien estableció un orden que asegura la gloria a los burócratas y a los prebendarios del poder y que condena a la pobreza al hombre común que, sin nada que perder, decide arriesgar, para huir de tanta indignidad, lo único que le queda: su propia vida.

¿Cuándo llegará la hora de que un presidente argentino arroje a los residuos del deshonor la demagogia inútil y reconozca cuáles son los sistemas de libertad en los que a las personas normales les gusta vivir?

No habrá muros, señor presidente, el día que todos los países brinden a sus pueblos la dignidad de la libertad y la aventura de la decisión propia. Ese día podremos tener la tranquilidad de que la síntesis perfecta entre el amor a la tierra propia y el amor al progreso pueda encontrarse en casa, sin que otras costumbres nos tienten con sus brazos a dejar lo que nos pertenece y echar la suerte que nos queda en un horizonte extranjero.
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