10 de mayo de 2007

Un 10 de mayo que dejó muchas lecciones

Editorial
Vanguardia Liberal

El mismo júbilo generalizado que se vivió en Colombia cuando el general Gustavo Rojas Pinilla asumió el poder el 13 de junio de 1953, se registró cuatro años más tarde cuando fue desalojado de la Presidencia de la República por una inusual pero ferviente coalición de industriales, banqueros, estudiantes, periodistas y figuras de la iglesia católica.

Rojas empezó a dilapidar su enorme capital político desde mediados de 1954, cuando las balas oficiales acabaron con la vida de varios estudiantes de la Universidad Nacional que pacíficamente marchaban por las calles del centro de Bogotá. Luego sacrificó una porción todavía más grande de ese capital que el 13 de junio le entregó el pueblo alborozado, cuando ordenó en agosto de 1955 y por simple capricho, el cierre del periódico El Tiempo. Finalmente gastó las últimas reservas que le quedaban en febrero de 1956, cuando esbirros de su gobierno apalearon y mataron a asistentes a una corrida en la plaza de toros de Santamaría en Bogotá. Esa tropelía, que se cometió en represalia por la actitud del público en corrida anterior cuando fue abucheada la hija del general, fue observada en vivo por diplomáticos extranjeros que asistían a la corrida.

Todos esos factores de impopularidad, provenientes del talante autoritario de Rojas Pinilla, se aunaron a al hastío contra el enriquecimiento visible del Jefe del Estado, de sus familiares y de sus socios. Fueron tantas las reses que el general recibió como regalo de ganaderos de varias regiones, fueron tantas las fincas que adquirió en condiciones ventajosas y a precios irrisorios, que el general fue rebautizado con el nombre de Don Próspero Vaquero.

Pero no es la figura de Rojas la que debe recordarse hoy cuando se cumplen cincuenta años del fin de la dictadura. Quien encabezó la oposición al régimen y logró liberar al país, fue Alberto Lleras Camargo.

La que encabezó Lleras contra la dictadura fue una campaña en que triunfaron la palabra y el pensamiento contra la arbitrariedad y la corrupción. Poco después del cierre de El Tiempo, Lleras anunció que bajaría de los riscos universitarios -era entonces rector de la Universidad de Los Andes- para encabezar el movimiento encaminado a restablecer las instituciones.

Lleras obró guiado por estas palabras que pronunció en el célebre discurso del Hotel Tequendama en homenaje a Eduardo Santos: “No, no es cierto que el destino de la República sólo pueda decidirlo el gobierno, cualquiera que él sea, sin que a los ciudadanos les corresponda más función que la de adivinar temerosamente los signos imprecisos de su cambiante voluntad. Nosotros los colombianos, recibimos de los organizadores de la Nación un patrimonio que no hizo otra cosa que consolidarse en medio de las más complejas dificultades. Cualquiera, es cierto, puede tratar de dilapidarlo, pero hay muchos más con la obligación de transmitirlo intacto, acrecido, a las generaciones innumerables de colombianos”.

Con ese llamamiento a la batalla, en menos de dos años Lleras y todas las fuerzas vivas del país liquidaron el régimen de Rojas.

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